LA TAUROMAQUIA APURIMEÑA Y GRAUINA EN LIMA

LA TAUROMAQUIA APURIMEÑA Y GRAUINA EN LIMA

 Grau, nombre actual de la antigua provincia de Cotabambas creado por Ley de 4 de noviembre de 1919 es una de las 7 provincia que conforma la región de Apurímac que ha soportado los caprichos y los interese personales de los gobernantes de la primera década del siglo pasado, período el enfrentamiento se hace violenta y mas critica entre gamonales y caciques ejercido por partidos políticos para el segundo periodo del diputado Rafael Grau,hijo del gran Almirante Miguel Grau, Momentos políticos en el que fue abaleado en plena campaña electoral en la plaza de armas del pueblo de Palqaru y como consecuencia del asesinato de Grau, la moción por el congreso en pleno, el 4 de noviembre de 1919 fue aprobado cambiando el nombre de Cotabambas como provincia de Grau con su capital Chuquibambilla, Esto como una forma de retribuir el reconocimiento de la muerte de R, Grau y su representación como senador de la Provincia de Cotabambas por más de 12 años. Actualmente sigue soportando el abandono por parte del gobierno y de las empresas privadas que han tomado las concesiones mineras, como en el caso de la comunidad Mallmanya del distrito Mamara han empezado con el cateo en el mes de enero del año 2010 ofreciendo a cambio comprárselos una mesa para una oficina del presidente de la comunidad más la mísera suma de 2,000 que al final se han zurrado de la promesa.

Muy a pesar de muchos problemas acarrea nuestra provincia;a todos los Grauinos (de los14 distritos) nos complace el orgullo de ser los Wakachutas = siempre jalan un vacuno y en la Lima ciudad de los Reyes de España el hombre nacido en las entrañas de la provincia Grau se ha establecido su residencia junto a su cultura tradiciones y costumbres que los legado sus ancestros. No es para menos, el domingo 30/01/11. El diario El comercio publicó el tema dedicado a todos residentes de la colonia de la provincia Grau cuyo texto integro publicamos en esta web:

 “LOS WAKACHUTAS Y SU FIESTA BRAVA”.-Por Roxabel Ramos-  Llegaron de la lejana y mítica provincia de Grau, Apurímac. No pudieron dejar en su tierra ese exultante gusto por los toros, por eso hoy recrean en la capital las variantes serranas del toreo --“Cuando es capaz de vivir fuera de su comunidad sin perder sus raíces [...] entonces reconoce otros hermanos, caben las alianzas de sangre”. (“Todas las sangres”. José María Arguedas)Los cerros circundantes no exhiben el ichu filudo que crece en las recias alturas de Grau, Apurímac. Estas son solo las alturas de Villa María del Triunfo y sus modestas lomas sembradas de invasiones y casitas de colores, nada más. Peor aun, el eco de los toriles que amenizan la tarde no retumba para agradar a los apus porque aquí, en el complejo de Mamara, en la periferia sur de Lima, un simple amplificador transmite esa música que envuelve todo.

“Cuando era niño, en mi pueblo, San Antonio, hacíamos el toropukllay [juego del toro]. Se ponía un cóndor sobre el lomo del animal y a este lo toreábamos con nuestros ponchos, nomás. Pero hubo un tiempo en que no había cóndor en las alturas; entonces nació el montatoro, o sea, montar uno mismo al toro”. Así resume Wilton Sánchez Rossell el espectáculo que está a punto de empezar: un “concurso nacional de montatoros”, organizado por él, para celebrar el aniversario de la próspera ganadería que fundó hace 13 años en la Lima que lo adoptó.                                                                                                                                                                    Wilton es un anfitrión muy solicitado este domingo de enero. Pero se olvida del mundo por unos minutos para hablar de su pasión. Los botones de su camisa a cuadros están sueltos hasta la mitad del pecho para lucir la cadena de oro. Viste sombrero de paño y botas texanas. “No soy ‘cowboy’, soy ‘wacachuta’ grauino”, aclara alzando una ceja y acariciando su bigote. Suelta en ese acto un hondo olor a cerveza.

‘Wacachutas’. Así se hacen llamar los nacidos en la tierra apurimeña de Grau que gustan de los toros, como gustan de cualquier situación que les permita presumir de bravos.

Más tarde y más ebrio, cuando se ha declarado un empate entre los montatoros Sócrates Peña y el ‘Chalhuanquino de Oro’, Wilton entra en el coso disfrazado de charro para medirse él mismo con sus ejemplares más bravos, capturados en las montañas y criados en un establo del cono norte.

El espectáculo, que termina en danza brava, tiene como plato de fondo al grupo musical Los Chankas de Apurímac, traídos de Cusco. Hasta S/.30 mil de ganancia generan estas fiestas taurinas alternativas. Y se celebran casi todos los domingos del año, en la decena de plazas –fijas o portátiles– de la periferia capitalina. Cusco (en verdad, Chumbivilcas), Ayacucho, Arequipa y Cajamarca son otros pueblos fanáticos.

TRASLADAR LAS COSTUMBRES
Grau, en la zona central de Apurímac, es quizá la provincia más rica de esa región en costumbres centenarias. Así como es, desde largo tiempo, la más pobre en desarrollo. De ese estancamiento vienen huyendo sus impetuosos hijos, hacia Lima o Cusco. El éxodo más violento se dio a mitad del siglo pasado: el censo de 1940 registraba 64.182 habitantes; el de 1961 halló solo a 28.310 grauinos en casa.

Esa masa migrante reinventó en la capital algunos de sus ritos más queridos. Tímidamente al inicio, y a todo volumen y color ahora que –dice Wilton– lo provinciano se ha puesto de moda en esta Lima de apariencias.

Aunque la mayoría de ritos taurinos serranos no busca la muerte del animal, de halo semidivino en la cosmovisión andina, todos implican su maltrato. Por ello, no escapan a la polémica. “Estamos en contra de cualquier tradición que torture animales”, declara Roger Torres, coordinador nacional de Perú Antitaurino. “Respeto su opinión, pero los pollos también sufren y él los come”, replica Wilton Sánchez, quien sabe que Torres no es vegetariano.

Lo cierto es que desde su llegada a América, los toros calaron hondo en el espíritu de los indígenas de México y Perú. De Lima llegaron pronto a todo rincón del virreinato. El hombre andino lo admiró por su fuerza y porte. Lo equiparó pronto al amaru (serpiente telúrica) prehispánico y vibró con el toreo español. Así se lo apropió, le hizo unos arreglos, y, a donde vaya, sigue gozándolo.”